La convivencia sigue siendo
estupenda y seguimos trabajando en el proyecto. La mañana ha sido muy intensa
entre los profesores, aportando conclusiones y señalando algunos “flecos” que
aún nos quedan por recortar a los grupos participantes (cosa de poco), la tarde
ha sido ocupada con una visita cultural al casco histórico, al casco viejo,
(que tantos secretos seguramente guardará) de Taranto, la mítica ciudad de los
delfines de Taranto.
Nos invadía una sensación
contradictoria, a medio camino entre la lástima que causa el abandono o la
decrepitud de un patrimonio histórico que parece estar a punto de desplomarse,
y el encanto que cada uno de los rincones de ese casco viejo desprendía a cada
paso que dábamos.
Tras pasar por el edificio de la
universidad, hemos continuado adentrándonos en el área hasta acabar en la
catedral de San Cataldo, un santo que no es italiano sino irlandés, pero que
como obispo y patrón de Taranto, se le erigió una iglesia en el siglo XI. El
templo deja impresionado al visitante puesto que alberga mosaicos y columnas
trasladadas desde templos griegos o romanos anteriores, además de series de
frescos subterráneos.
Hemos visto luego varios hipogeos
que no son otra cosa que cuevas que se utilizaban para distintos usos; por
ejemplo, como molinos, como almacenes o viviendas, o como salas de muestras hoy
en día.
Hemos pasado por el Monasterio de
San Miguel, de Santa Clara, por el palacio de San Pantaleón o de Santo Domingo,
o hemos caminado frente al palacio Galeota. Por último, profesores y alumnos y
el pesado cansancio que nos acompañaba, hemos llegado a la torre del Orlogio,
como para ser conscientes de la realidad del tiempo, donde hemos comenzado un
hermoso recorrido por el paseo marítimo, a la vera de redes, olas y barcos. No
hay tiempo para cansarse, porque tampoco lo hay para descansar.
El paseo ha concluido poniendo
rumbo hacia la parte nueva de la ciudad, donde nos esperaba la posibilidad de
dejar quietos tanto nuestros huesos por el algún tiempo, como nuestros
pensamientos.
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